Homilía en el 1º día.

“ESTE ES EL CORDERO DE DIOS”

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy damos comienzo al Triduo en honor del Santísimo Sacramento, un tiempo fuerte de adoración, de gracia, y de renovación de nuestra fe. Y lo hacemos en el día de la Natividad de San Juan Bautista, el Precursor, el que señaló con claridad al Mesías:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

Pero antes de esa gran proclamación, hubo un silencio, una espera, una historia que parecía imposible: Isabel, estéril; Zacarías, anciano… sin embargo, ahí actuó Dios. Porque donde el hombre ya no puede, Dios sigue obrando maravillas. Y cuando Dios actúa, cuando entra en la vida con su poder, el alma no puede quedarse callada.

Por eso, cuando nace Juan, y Zacarías recupera la voz, lo primero que brota de sus labios no es queja, ni análisis, ni duda. Brota un canto: el Benedictus. “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1,68).

Eso es la alabanza. No se trata de un estilo, ni de una música concreta. Es una respuesta del alma cuando reconoce que ha sido visitada por Dios. Es el lenguaje natural de quien se sabe redimido, salvado, amado.

A veces, cuesta entrar en este lenguaje de alabanza. Nos parece ajeno. Incluso molesto. Pero tal vez, como Zacarías, necesitamos dejarnos sorprender por el Dios de lo imposible, para que también nuestros labios se abran y nuestra alma empiece a cantar. No porque alguien nos lo impone. Sino porque ya no podemos callar lo que Dios ha hecho en nosotros.

Por eso, cuando venimos a adorar al Santísimo, cuando entonamos cantos de alabanza ante Él, no lo hacemos por llenar el silencio o por seguir una costumbre. Lo hacemos porque hemos visto al Cordero de Dios. Y nuestro corazón lo proclama.

San Juan Bautista fue el gran señalador. No se predicó a sí mismo. Todo en él decía: “Él debe crecer y yo menguar (Jn 3,30). Su vida fue una renuncia, un camino de humildad, de entrega, de testimonio. Y, sin embargo, en esa renuncia, fue grande a los ojos de Dios.

Él no necesitó fama, ni honores, ni reconocimiento. Le bastaba con saber que estaba cumpliendo su misión: preparar los corazones para el encuentro con Cristo.

¡Qué ejemplo tan fuerte para nosotros! ¡Y especialmente para una Hermandad que lleva el nombre del Perdón! Porque solo el que reconoce su pequeñez puede acoger la grandeza del Cordero. Solo quien se abre al perdón puede invitar a otros a vivir la misericordia.

Y eso es también nuestra misión en estos días: ser puentes. Ser voz. Ser lámparas que preparan la llegada del Señor.

Siempre me ha gustado esa expresión que usáis en la Hermandad y que se publica frecuentemente los martes en redes sociales: “Un martes menos”. Una frase breve, pero que encierra mucho. Porque no habla solo del calendario o del paso del tiempo: habla de la espera, del deseo, del corazón que se prepara para salir a la calle, con el Cristo del Perdón y la Virgen de las Angustias, a anunciar la misericordia de Dios.

Pues bien, este Triduo es también un “martes menos”. Un paso más hacia el día del Señor. Una llamada a enderezar caminos, a allanar montes, a limpiar el alma. A vivir con coherencia lo que un día se saca a la calle con tanta solemnidad.

Por eso, hermanos, no perdamos esta oportunidad. La voz de Juan sigue gritando en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt 3,3). Y esa voz nos llama a todos. A cada hermano de la Hermandad, a cada feligrés de esta comunidad. Convertíos. El Cordero está aquí. Reconocedlo. Y vivid en consecuencia.

Este Triduo no es solo una devoción. Es un tiempo santo. Un oasis para reencontrarnos con el amor primero. Una oportunidad para que el corazón se despierte y la fe se renueve. Para decir: “Sí, Señor, quiero volver a adorarte con sinceridad. Quiero vivir de verdad la Eucaristía.”

Y no tengamos miedo si sentimos que nuestro corazón está estéril, seco o cansado. Dios actúa también ahí. Lo hizo en Isabel, lo hizo en Zacarías. Y puede hacerlo en nosotros.

Dejemos que su presencia toque nuestra vida. Que nos despierte. Que nos dé voz nueva, canto nuevo. Como dice el Benedictus: “Nos visitará el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78-79).

Hermanos: el Cordero está aquí. No pasemos de largo. No le demos la espalda. Mirémosle. Adorémosle. Reconozcámoslo. Y, como Juan, preparémosle el camino.

Que este Triduo nos cambie. Que nos devuelva la alegría de la fe. Que nos una como comunidad que alaba, canta, pide y celebra con sinceridad. Y que podamos decir juntos, con el corazón convencido: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”

¡Así sea!